Por Peter Magnus
Ya sé que llevo un par de semanas sin escribir nada, pero
perdonad mi ausencia, la verdad, es que me cansé de escribir sin ánimo de
lucro, pero en los tiempos que estamos el lucro hace un lustro, por lo menos,
que se esfumó con un amante alemán yendo a establecer su nidito de amor a un
lugar idílico de la Alemania pos-nazi donde todo es oro lo que reluce y atan
los perros con salchichas cuando no se los comen, a los perros, sí, no a las
salchichas.
Tras este parón y retirada a mi aposento ostril porque no
tengo torre de Juan Abad ni faro que me refugie de la intemperie, vengo de
nuevo a constatar que la prensa miente, que algunos políticos mienten, que el
rey miente, que Katar es un país que no tiene tratado de extradición con España
y que un tal Urdangarín (ladrón de guante blanco) se va a ir a trabajar allí,
vaya hombre, no hay nada nuevo bajo este sol impertinente que por suerte sale
cada día ajeno a nuestros males, impertérrito como el mismo dios ese que tanto
adoran y alaban y al que tanto rezan esos pederastas que en lugar de estar tras
las rejas de un penal están dando hostias para salvar a esta pecaminosa
humanidad.
Malo es sentir la insolidaridad de los prójimos hacia el
resto, pero muy triste, demasiado triste, por no decir trágico, es sufrirla en
cuerpo y mente propios y que para colmo provenga de un ser que durante muchos
años quisiste, pero eso es a lo más que puede llegar el resentimiento y el
odio: condenar a un ser humano a la indigencia sin importarle un comino su
situación. Esto le ocurre cada día a cientos de personas
que son expulsadas del sistema, bien por el mismo sistema al que ya no podemos
ponerle rostro, o bien por un ser querido, que por norma general suele ser la
pareja. Cuando es la mujer la víctima de este atroz atentado lo llaman
violencia de género, pero ¿cómo lo llaman cuando es el hombre dicha víctima? Le
llaman: ¿“ese es un vago, un parásito, un vividor, un aprovechado…”?, aunque se
haya quedado de patitas en la calle con una mano delante y otra detrás, y es
que hay alguna diferencia, cultural, se entiende, claro.
Bueno, como veo que ni pasa la crisis, ni dejan los
ladrones de guante blanco de robar a manos llenas y sin problemas con la
justicia, porque entre otras cosas nunca la hubo, ¿digo justicia?, por algo le
taparon los ojos, para que jugara a la gallinita ciega, y así nos va; digo que
como veo que todo pasa y nada queda, pero lo…, y desde que inventaron los
trenes de alta velocidad todo va más deprisa y a mí parece como si me estuviera
pasando por encima el AVE: un cúmulo de circunstancias en las que me veo
envuelto y que me llevan derechito a la calle, y no a dar un paseo por gusto,
sino a sufrir la indigencia y a mis años ¿quién me contrata, quién me hospeda
“gratis”, quién me da de comer sin pensar que no soy “un vago, un parásito, un
vividor, un aprovechado…” y que sigo escribiendo por amor a la literatura y sin
ánimo de lucro, a pesar de que aquel que fuera el amor de una parte de mi vida
me niega el condumio, el pan que no se le niega ni a los perros? ¡Qué bonito
fue el amor mientras duró! Lo bueno que tiene el amor es que aparece de nuevo
cuando menos te lo esperas… quizás de su balcón los nidos a colgar…, y quizás
otros brazos se abran en señal de hospitalidad y generosamente me acojan en su
seno pensando que no soy un vago, un parásito, un vividor, un aprovechado… sino
todo lo contrario: un hombre que ama a las personas y a la literatura…
¡AVE, CEASAR, MORITURI TE
SALUTANT!
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