José
Rodríguez Mulero
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Autor: Fernando
Romero Romero
José Rodríguez
Mulero, el Moleño, nació el 29 de agosto de 1896 en la aldea de
La Muela. Vivía en el número 12 de la calle Cerrajero de Algodonales (Cádiz)
con su esposa, Leonor Torralba Fernández, y tres hijos: Pedro, Miguel y
María. Se ganaba la vida trabajando como cabrero y cultivando un pegujal de
su propiedad. Leonor, a quien algunos llamaban María la Recovera,
por su madre, también trabajaba en faenas agrícolas y de encaladora. José
perteneció desde 1931 al centro obrero de Algodonales, primero como autónomo
y luego como afiliado a UGT, y fue interventor del Frente Popular en las
elecciones legislativas de febrero de 1936.
Algodonales es uno
de los municipios gaditanos que fueron rápidamente controlados por la Guardia
Civil, sin apenas resistencia, y José pasó todo el mes de agosto ocupado en
las faenas de recolección en su pegujal, pero el inicio de la represión
fascista lo atemorizó: «Cobró miedo aquí en el pueblo, pues cuando venía y se
enteraba de que habían prendido a alguno, temía que también lo hicieran con
él por haber sido interventor». Por eso el 6 de septiembre decidió irse a El
Gastor, que aún estaba en manos de los republicanos, y desde allí una pareja
de milicianos lo condujo a Los Villalones, en el término de
Ronda. Leonor y los niños permanecieron en Algodonales mientras el avance de
las tropas rebeldes –Ronda fue ocupada el 16 de septiembre– obligó a José a
huir hacia el este. Sabemos que fue evacuado como refugiado a la provincia de
Almería, que trabajó un año en la construcción de refugios en Valencia y que
vivió los últimos dieciséis meses de la guerra en Villarrobledo, en la
provincia de Albacete, donde trabajó de ganadero en una finca colectivizada.
En algún momento debió de temer que su familia podía haber sido asesinada en
Algodonales. Al menos eso es lo que le contó a Cayetana Martínez, la
villarrobletana que, por disposición del comité, le lavaba la ropa los días
que iba al pueblo para descansar y mudarse.
Regresó a
Algodonales el 13 de de abril de 1939 con un salvoconducto expedido por la
Falange y el Ayuntamiento franquista de Villarrobledo. Durante dos meses
estuvo libre, con la obligación de presentarse por las noches en el cuartel
de la Guardia Civil, pero el comandante de puesto decidió ingresarlo en el
depósito municipal el 23 de julio. El hecho de haber sido interventor en las
elecciones de 1936 dio pie a la apertura de un procedimiento sumarísimo de
urgencia y los Servicios de Justicia de Cádiz asignaron el expediente al juez
instructor nº 10, Santiago Sotomayor Domínguez, que antes de ser habilitado
como alférez del cuerpo jurídico militar había sido juez municipal y jefe del
Requeté de Algodonales.
Las valoraciones
que las autoridades locales hicieron de la actividad política de José eran
dispares. Mientras la Guardia Civil lo etiquetaba de «extrema izquierda» y
propagador de sus ideas, el informe del Ayuntamiento indicaba que «no se le
vio ejercer activamente en política» y que siempre observó buena conducta
moral. A mitad de camino estuvieron las declaraciones de algunos vecinos que
admitían que era un hombre de izquierdas, pero no creían que se hubiese
opuesto al golpe. Como el labrador Antonio Rico Sánchez, que decía que tenía
un concepto «francamente bueno» de él, a pesar de que consideraba que había
sido «persona influyente en la política», pues «en cuantas huelgas se
desarrollaban él era el que iba por los campos levantando las manos a los
ganaderos». Nadie lo creía capaz de haber formado parte de los grupos de
izquierdistas que en julio de 1936 recorrieron las casas de campo de
Algodonales y Zahara para incautarse de armas. En todo caso, como decía
Gonzalo Cortés, «únicamente de lengua para unirse a los de su ralea con
predicaciones falsas».
La instrucción
habría quedado concluida rápidamente si no fuese por el informe de la Guardia
Civil de Villarrobledo, que indicaba que José había sido sargento de milicias
y lo suponía autor de detenciones y asesinatos cometidos en aquella ciudad
durante el «dominio rojo». Como prueba adjuntaba la fotografía de un grupo de
milicianos en la que supuestamente aparecía José. Se trataba de un error. Lo
habían confundido con otro, pero Sotomayor vio claro que no era el mismo.
Desde Villarrobledo también llegaron declaraciones de Cayetana Martínez y de
Daniel Sevilla, el encargado del ganado de la colectividad, a quienes José
había propuesto para que testificasen sobre su conducta. Ninguno de ellos
sabía nada de las actividades políticas que hubiese podido tener, pero la
mujer dijo en su favor que solía ir a fumar con su marido, que había
desertado del ejército republicano y estaba escondido en el domicilio
familiar.
Basándose en esos
testimonios y en el informe del Ayuntamiento algodonaleño, el juez Sotomayor
dictaminó que José Rodríguez nunca había revelado «peligrosidad social» y el
23 de septiembre lo puso en libertad provisional con la obligación de
presentarse en el juzgado cada dos días. Pero un nuevo informe de la Guardia
Civil de Villarrobledo volvió a incidir en la confusión de identidad:
ratificó que el Moleño era el miliciano de la foto, el cual
se había presentado en Villarrobledo haciéndose llamar José Barragán,
Joseíllo, diciendo que era de Marmolejo (Jaén) y acompañado por su mujer y
una hija, llamadas Alfonsa e Inés respectivamente. Eso obligó al instructor a
solicitar la declaración de quienes conocieron personalmente al tal Joseíllo y
mostrarles una fotografía de José Rodríguez Mulero. Y los villarrobletanos
coincidieron en que no era el mismo.
Sotomayor creyó
suficientemente aclarada la confusión de identidades. También estaba
convencido de que no había cometido ningún hecho delictivo y de que, aunque
fuese de izquierdas, no se le podía reprobar nada. Por eso propuso el
sobreseimiento de la causa cuando el 22 de febrero de 1940 redactó el
auto-resumen que daba por finalizada la instrucción sumarial. Pero el Consejo
de Guerra de Cádiz no quiso dejar cabos sueltos y le devolvió el expediente
para que no quedase el menor resquicio de duda acerca de que José el
Moleño y el Joseíllo de Marmolejo no eran la misma
persona. Hubo que acreditar que la compañera de José no se llamaba Alfonsa ni
la conocían por ese nombre, que su hija no se llamaba Inés y que ambas
residieron en Algodonales mientras él estuvo huido en la zona republicana. Y
para eso hubo que solicitar un informe a la Guardia Civil y tomar declaración
a Leonor, a su hija María, que entonces tenía once años, y a cuatro vecinos
de Algodonales con quienes la mujer trabajó mientras su compañero estuvo huido.
Solo después de practicar esas diligencias consideró el auditor de guerra que
no estaba probada la comisión de hechos constitutivos de delito y que se
podría decretar el sobreseimiento de la causa. Eso fue en noviembre de 1940,
un año y medio después de que José volviese de Villarrobledo
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5 may 2013
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