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25 ago 2012

UN GOBIERNO CON PREMEDITACIÓN Y ALEVOSÍA

Pedro Luis Angosto

Pedro Luis Angosto

Apenas habían pasado treinta y cuatro años desde que acabó la Segunda Guerra Mundial y cuatro desde la muerte del tirano Franco. Europa comenzaba a salir, muy despacio, de la gran crisis del petróleo y en España revoloteaban los pactos de la Moncloa y se tejían los últimos paños de una transición que permitía a los franquistas seguir en el poder aunque el pueblo eligiese a otros. Margaret Thatcher llegaba al poder como anticipo de lo que luego sería Ronald Reagan para Estados Unidos y para el mundo. Su único objetivo, poner en manos de particulares, del negocio todo el sistema de bienestar inglés, todos los servicios públicos, de forma y manera que miles de millones de libras pasasen del común a engrosar las cuentas de unos cuantos malnacidos. Thatcher tuvo su gran batalla, contra los mineros y los sindicatos británicos. Venció por la insolidaridad de aquel pueblo y por la ausencia en su persona del más mínimo escrúpulo. Eliminó servicios sociales, privatizó ferrocarriles, aeropuertos, escuelas, hospitales y puso las bases para que el Reino Unido fuese el jardinero fiel de Estados Unidos en Europa, lo que le ha permitido vivir, en buna medida, de la economía financiera y de los ingresos que generan los paraísos fiscales que están bajo su bandera. Cuando Reagan, el jefe del país más poderoso de la tierra, todo estaba preparado para la gran ofensiva, primero se trataba de ahogar a la URSS, después de hacer imposible una unión europea real.

Pese a ello, durante los años ochenta el europeísmo vivió un década ciertamente dulce que se reforzó con la entrada en el Comunidad Europea de países mediterráneos como España y Portugal. Se avanzó mucho durante aquellos años en la cohesión europea y los fondos de esa procedencia sirvieron para ir eliminando desigualdades y propiciar un crecimiento ordenado en toda la zona. Empero, no eran esos los objetivos que los hombre de la Casa Blanca tenían en su mente, una Europa unida y fuerte podría suceder a la URSS cuando cayese, lo que sería un grave inconveniente para las políticas neoconservadoras que los yanquis, como única potencia mundial, impondrían a todo el mundo. No podía ser, y no fue. El demoronamiento de la URSS, la caída del muro de Berlín y las guerras balcánicas terminaron por dar la puntilla a ese europeísmo incipiente de los años ochenta, para dar paso a una Europa sin timón ni brújula, pero llevada por sus dirigentes de entonces –Blair, Aznar, Berlusconi, Barroso…- al atlantismo incondicional. Comenzó una carrera para ver quién se hacía más fotografías junto al nuevo emperador, un cretino llamado George W. Bush que apenas sabía leer, pero que seguía a la perfección las directrices de las grandes corporaciones y grupos financieros de su país. La estrategia diseñada por Washington tuvo uno de sus puntos culminantes en la declaración de las Azores: Allí se decidió que la guerra por las materias primas era legítima y que los derechos humanos eran incompatibles con el capitalismo. Murieron cientos de miles de personas, millones de heridos y de refugiados, pero aquí veíamos aquello como un juego de niños, como una película más. No nos afectaba. Inmenso error, ya lo creo que nos afectaba. Aquel día cayó el Estado de Derecho y se fueron a paseo los mejores ideales de la vieja Europa. Comenzó la mentira televisada, la violación sistemática de derechos civiles, la guerra preventiva y, como colofón, la deslocalización industrial que se ha llevado –gracias a la ineptitud complaciente de los líderes europeos- buena parte de la producción industrial mundial a Oriente, aunque, eso sí, con equipos directivos y dueños occidentales.

Visto que no se podía competir industrialmente con economías esclavistas que no reconocían absolutamente ninguno de los derechos fundamentales básicos, había que montar burbujas. En Occidente crecía el paro, pero venía mucho dinero del esclavismo, aunque no el suficiente como para vivir del cuento. Alemania se reunificaba con la ayuda del resto de Europa que compraba sus productos antes que otros más baratos, y al mismo tiempo comenzaba a mirar al Este, dónde la desaparición de la economía estatalizada había sido sustituida por la miseria y la mano de obra barata. Fue en Estados Unidos dónde comenzó a formarse –habría sido imposible sin las nuevas tecnologías de la comunicación y sin la libre circulación de capitales- la gran burbuja financiero-inmobiliaria, y nuestro gran líder de entonces, un paleto acomplejado y con muy mala leche llamado Aznar, se sumó al carro imitando lo que su amigo del alma, George W. Bush estaba haciendo en Estados Unidos. El Estado es un estorbo para el crecimiento, privaticemos todo lo que podamos, externalicemos, demos millones públicos a nuestros colegas, dejemos que se construye dónde quieran y que los bancos hagan lo que les salga del forro. Eliminemos funcionarios, inspectores, desregulemos, quitemos poder a los órganos fiscalizadores que son una antigualla, todo el poder a los corruptos y a los especuladores. En unos años buena parte de la economía española comenzó a girar en torno al ladrillo, el dinero fluía, corría a mansalva, construíamos más que los países más avanzados de Europa juntos, y seguíamos privatizando. Los bancos alemanes y franceses vieron que en España hasta el más tonto hacía relojes y dieron miles de millones para especular, para participar en el festín, a los bancos españoles. Luego vino Lehman Brothers, la quiebra del sistema financiero americano, de sus corporaciones de seguros, de su ladrillo, y la ola se convirtió en un Tsunami que arrasó Europa, quebraron los mayores bancos europeos y la Unión Europea desapareció definitivamente incapaz de tomar una sola decisión para animar la economía, empeñada en seguir aplicando las políticas económicas que, procedentes de Estados Unidos, la asolaron.

Sarkozy, en un ataque de locura, se atrevió a decir que había que refundar el capitalismo, que no podía consentirse que volviese a ocurrir lo mismo. Pronto calló la boca, no daba para más. Merkel había tomado el mando de Europa, no para enfrentarse a Estados Unidos o retomar el europeísmo, sino para impulsar de nuevo el neoconservadurismo económico y político más extremo, convencida de que su mercado ya no estaba en países como España, Grecia o Italia, sino en el otro lado del mundo, pero sobre todo dispuesta a que los países del Sur financiasen totalmente su deuda alegando que le debían dinero, el dinero que Alemania había prestado para especular, para usurar. Su situación, pese a lo que dice la prensa convencional de pensamiento único, no era ni es tan boyante: Tres millones de parados reconocidos, ocho millones de minijobs que cobran 400 euros y no tienen derecho a jubilación y un montón de mayores de 56 años sin trabajo que no se contabilizan como parados. Sin embargo, una de las premisas de Merkel es completamente errónea, son los países europeos los principales clientes de Alemania pero su cortoplacismo, su miopía, su engreimiento le impiden ver la realidad.

En eso llegó Rajoy. Nombró un Gobierno de tecnócratas de medio pelo –no merece la pena nombrar a ninguno, en una carrera de tontos malvados, la cosa estaría muy reñida- la mayoría miembros de número del Opus Dei, o sea seguidores de San Escrivá de Balaguer, y sacó una varita mágica: La máquina de recortar, y claro, se puede recortar el césped, los evónimos, las lantanas, pero no los derechos, ni tampoco el capital circulante, pues corres el riesgo de quedarte tieso. A cada recortazo, nueva subida de la prima de riesgo y nueva descalificación de las calificadoras privadas, nueva advertencia de la UE y del FMI en una espiral que nos ha llevado hasta dónde hoy estamos, con cinco millones de parados, una economía paralizada, una población que teme que suene el despertador cada mañana y la prima de riesgo –arma de destrucción masiva inventada por los ingenieros contables de los grandes estafadores- en boca de todos. Sé que soy muy mal pensado, pero llevo días pensando qué hizo el Gobierno Aznar para mejorar realmente la calidad de vida de los españoles y no encuentro ni una sola cosa. Rajoy y Aznar son hijos del mismo padre político y en su cabeza no cabe ni una sola idea nueva ni un solo pensamiento original. Primero demostró su valentía, gracias al ministro que vio a dios en Las Vegas, aporreando críos y tomando una ciudad militarmente: Valencia, todo para ensayar como se puede aterrorizar a una población, por grande que sea, en un par de horas, por lo que pudiera venir. Después comenzó a paralizar la economía sin tomar una sola decisión para crear empleo ni que afectase mínimamente los intereses de los privilegiados. Merkel era su amiga y le había dicho lo que tenía que hacer, además tiene un primo economista que le ha dicho que eso es lo correcto. Pues bien, inteligentes en su Gobierno, el gato, nada más, pero taimados y retorcidos, más allá de lo imaginable: Puesto que no se va a poner ningún tipo de arancel a la importación de productos fabricados por esclavos, puesto que nos da igual la tasa a las transacciones financieras, puesto que nosotros estamos aquí para lo que estamos, hemos decidido que una vez arruinados del todo –los de abajo, claro- crearemos una burbuja todavía más grande que la anterior, convertiremos la Unión Europea, lo que quede de ella, en una réplica de Estados Unidos, privatizando Pensiones, Educación, Sanidad, Infraestructuras y Prestaciones sociales de todo tipo, de modo que para acceder a ellas habrá que pagar, hipotecarse, robar un morirse de asco en cualquier esquina.

Y es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Nuestros funcionarios –que son muchos menos de los que tienen los países más avanzados del continente- cobran la mitad que los franceses o los alemanes, pero pagan mucho más por encender la bombilla de casa; nuestros mayores tienen las pensiones más bajas de Europa, pero son una carga insostenible y no podemos permitirnos que vivan tanto; nuestros trabajadores trabajan 2 horas más de media que los alemanes, pero son unos vagos y nuestros parados se pegan la gran vida con los 400 euros que les da el Estado. Ahora Goirigolzarri no llega a fin de mes con los once mil millones que se llevó cuando dejó el BBVA, los causantes de la quiebra de Bankia, CAM, CaixaGalicia, Caixa Catalunya, Caja Castilla La Mancha…, esos no tienen por qué pisar la cárcel; las doscientas familias que acumulan la indecente cantidad de 140.000 millones de euros ellas solitas, no tienen por qué aportar un duro al sostenimiento del país, las SICAV siguen intactas, lo mismo que los paraísos fiscales y a la Iglesia no la toca ni Dios, pero esto no hay Dios que lo aguante. Que los rescaten a todos ellos, pero con una soga en un patíbulo.

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