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13 dic 2013



Sagrario Vera Gordo 
Autor:  José Antonio Jiménez Cubero


Sagrario Vera Gordo, guerrillera contra Franco

No fue fácil la breve existencia de Sagrario Vera Gordo. En los escasos veinticinco años que duró su vida de desposeída, la única cara que conoció de aquella fue la que representaban el hambre, el miedo, la angustia o la necesidad. Su rebeldía fue un acto de liberación, tanto personal como familiar o colectiva, en tanto en cuanto ello tiene de liberación de clase y condición social. La realidad del tiempo, el lugar y las circunstancias donde transcurrieron sus días, nos muestran con nitidez los siniestros perfiles del anguloso rostro del régimen que gobernaba, por aquellos entonces, los destinos de este país.

Sagrario Vera Gordo nació al mundo un 18 de septiembre de 1920. Lo hizo en el seno de una familia sumamente humilde de rancheros-carboneros de la localidad extremeña de Malcocinado. El padre se llamaba José Vera Parra y era bracero y carbonero de profesión. Moriría joven, a comienzos de 1940, como consecuencia de la «enfermedad de la guerra», esto es, poco después de salir de las cárceles franquistas, donde estuvo interno desde la finalización de la contienda civil en 1939, por haber servido en el ejército republicano. Su madre se llamaba Fernanda Gordo Galindo y le apodaban «La Jabalina» y, al igual que su marido, era natural de Malcocinado.

Junto a su madre y sus hermanas Salvadora y Guaditoca, vagó Sagrario por las sierras de Sevilla y Badajoz en el verano de 1936, formando parte de los miles de personas que componían aquella columna de refugiados republicanos procedentes de Sevilla, Huelva y Badajoz que, con posterioridad, los historiadores denominarían Columna de los 8.000. Cuando las tropas del capitán Buíza capturaron, en las proximidades de la localidad extremeña de Reina, al grueso de los componentes de dicha columna –la cual, conviene recordar, iba compuesta fundamentalmente por ancianos, mujeres y niños– Fernanda Gordo fue una de las detenidas. Tras recorrer el preceptivo periplo carcelario por varios establecimientos penitenciarios del país, en 1939 salió en libertad condicional y pudo regresar a Malcocinado junto a sus hijos.

Poco después, a comienzos de 1940, tras el fallecimiento del padre, José Vera Parra, la familia Vera Gordo se estableció, en varios chozos –como rancheros con derecho a producir carbón– en uno de los sitios más abruptos, duros y apartados del norte de la Sierra del Alta, dentro de las lindes de la finca «La Valverda», que pertenecía al término municipal de Hornachuelos, en la provincia de Córdoba, colindante con el de Malcocinado. De la dureza de las condiciones en que se desarrollaba la vida de aquellas poblaciones locales –algunas veces casi en régimen de trashumancia entre distintos términos municipales siguiendo los ciclos del ganado o las labores agrícolas de siembra y siega– de braceros, pastores, porqueros, rancheros y carboneros que habitaban la comarca por esas fechas, no hace falta insistir a estas alturas del siglo XXI. Baste recordar que hasta finales de la década de los cincuenta del siglo pasado, en la comarca serrana donde confluyen las provincias de Sevilla, Córdoba y Badajoz, enfermedades como el paludismo o el bocio no sólo eran frecuentes sino que, además, estaban consideradas como endémicas. Todo ello unido, claro está, al hambre, la explotación y la miseria a la que se veían abocados sin remedio.

En aquellas desoladas estribaciones de las lomas del Caballo y Valdeinfierno, tendría su primer encuentro Sagrario con la guerrilla esa misma primavera de 1940, poco después de que varios guerrilleros establecieran contacto con su hermano mayor, Jesús, para que este actuara de enlace para ellos. Al poco, la familia toda serviría de enlace y apoyo para la guerrilla, tanto de suministro –alimentos– como de intendencia, –les lavaban y aseaban la ropa–. Algunas veces también cenaban y pernoctaban en los mismos. De ahí surgió la relación entre Sagrario y el Chato de Huelva. Durante un tiempo, además, la guerrilla contó con información de primera mano sobre los movimientos de la Guardia Civil –sobre todo de la fuerza del destacamento del Piconcillo, contiguo a «La Valverda»– a través de las hermanas Sagrario y Salvadora Vera Gordo, que trabajaban como cocineras y limpiadoras para la dotación de guardias de dicho destacamento.

En noviembre de 1941, tras las detenciones de su madre y sus hermanos Jesús y Salvadora, se incorporaría a la guerrilla junto a su novio, el Chato del Cerro. No serían pocas las acciones en que tomó parte durante los cuatro años siguientes. Vestida con un mono azul –cual miliciana–, tocada con boina y armada de una pistola de calibre pequeño, bajo el nombre de guerra de «Paco», según la describen varios testigos en diversos atestados de la Guardia Civil que obran en las distintas causas judiciales donde estuvo incursa, participaría en un buen número de acciones; si bien no siempre ni todo el tiempo estuvo en la sierra, pues también llevó en distintos periodos algo parecido a una vida normal, eso sí, en la clandestinidad.

Desde finales de diciembre de 1943, tras salir su madre de prisión, Sagrario y ella marcharían a Sevilla. Está documentado que, a partir de día 7 de enero de 1944, ambas mujeres pasaron a residir en una habitación alquilada en el número 14 de la calle Ardilla del barrio sevillano de Triana. En dicha habitación había estado residiendo hasta su boda, en los primeros días del año, Miguela García Romero, hermana del Chato de Huelva, que fue la que puso a ambas mujeres en contacto con la casera del inmueble. Aprovechando el viaje de novios de la hermana del Chato, Rosario y su madre pasarían un par de meses residiendo en una vivienda del número 12 de la calle Pizarro de Córdoba, al amparo de Leonor Atahona, hermana del guerrillero del mismo nombre más conocido por su alias de «Turronero». A dicho domicilio era enviada la correspondencia que las mujeres de la familia Ganazo recibían de la guerrilla en Cazalla.

A finales de marzo regresarían madre e hija, otra vez, a la habitación de la calle Ardilla, en Triana, donde permanecerían hasta que a principios de julio de ese mismo año Sagrario se incorporó de nuevo «a la sierra» junto a su compañero, de cuyo lado ya no se movería hasta su muerte. El 8 de junio de 1945, en las inmediaciones de una fuente que hacía las veces de estafeta, en el lugar conocido como Barranco de Agua Agria, dentro del término de la aldea onubense de Valdelamusa, perteneciente al municipio de Almonaster la Real, fue abatida junto al Chato de Huelva por fuerzas de la Guardia Civil.


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